jueves, 16 de julio de 2009

MIS PAPÁS

Antes de detallar la larga lista de visitas que tuve en mi primer día, me detendré en analizar a las dos primeras personas que conocía más profundamente. De todo el lío de enfermeras, matronas, ginecólogas, celadores y demás personal sanitario no me enteré muy bien. Sé que hubo una matrona muy buena, una tal Sara, que se portó muy bien con mi madre; una anestesista, que relajó bastante a mamá y le permitió hasta disfrutar de mi salida; y una médica que, según decía otra, no se había tomado suficiente Cola-Cao para empujar de mí desde la barriga de mi madre para afuera. La muy jodía me hizo un montón de daño. ¡¡¡¡Me he quedado con tu cara!!! ¡¡¡Y sé dónde vives!!! Bueno, al menos, sé donde trabajas....
La primera persona que me cogió en brazos fue mi Papá. El tío se portó un montón de bien porque, aunque yo pesé una barbaridad para mi edad, estuvo aguantando el tirón hasta que una enfermera le dijo: "Lo puedes dejar en esa toalla". Pero él se resistió a dejarme. Sólo me soltó para que me pesaran, midieran y me pusiera una inyección. Mi primer vacuna. En la habitación de la luz roja no hacía más que hacerme fotos por el móvil. Le escuchaba quejarse de que se había dejado en casa otras cámaras pero el tío no dejaba de tomar imágenes. Luego seguiría así el resto de día. Hay veces que creo que mi padre no tiene ojos sino objetivos. Pero es muy buena gente. Quienes le conocen dicen que es un poco pesado pero entrañable. Algunos ya sólo le llaman pesado. Pero yo le quiero mucho desde el principio porque me arropó cuando tenía frío, me cuidó en el cuarto de la luz roja (¡¡¡no era un club de mala reputación!!!) y en la habitación 416 me cogía de la mano cuando yo tenía miedo de tantas cosas nuevas que estaban pasando. Nadie se lo dice. Pero mi papá es la caña de España. Será lo primero que le diga cuando aprenda a hablar.
Pero para cañas de España mi madre. No sé si lo he contado ya pero a mí me quisieron sacar de la barriga con una ventosa. Una mujer maligna no hacía más que amenazar con que si mi mamá no empujaba lo suficiente acabaría sacándome con una ventosa. Ella empujó con todas sus fuerzas y más y me sacó de un tirón. Hombre, yo puse también mi parte. Porque no creáis que salir de ahí es fácil. Hay un montón de recovecos y un montón de gente de la que tienes que despedirte y casi no te da tiempo. Mi amiga la placenta; mi colega el útero; el enrollado del líquido amniótico... Bueno, un sinfín de amistades que haces en esos nueve meses que, por lo menos, adiós les tienes que decir... Total, que no me tuve que hacer amigo de la ventosa y de ese empujón fuerte de mi madre salí a la calle. Gracias a ella conservo mi cabeza redondita y en perfecto estado de revista. Yo, entonces, todavía no conocía a mi mamá. Pero todas las médicos y enfermeras que estaban por alli la felicitaron y le dijeron que era una valiente. En el cuarto de la luz roja ella preguntaba mucho por mí. En la habitación 416 me agarré a su teta aunque no sabía utilizarla. Ya sabía en ese momento que necesitaría a mi mamá para siempre. No sólo porque me alimentaría de ella, sino porque ella fue la primera en hacerme sentir que estaba en casa.
Mis padres me cuidaron mucho esas primeras horas. Fueron muy difíciles. Que conste. A mí me dio un bajonazo de azúcar, casi al mismo tiempo que mi madre se desmayaba por tres veces y mis abuelos tenían que agarrarla. Pobrecilla. Lo que es parir, ¿eh?. Tampoco nacer en sencilo y a mí se me bajó todo el azúcar como decía. Los médicos me llevaron a la planta de abajo para una revisión. Me tuvieron allí desde la cuatro de la tarde a las doce y media de la medianoche. Estuve en una sala llamada Neonatología, donde me dieron unos cuantos biberones de glucosa para que me pusiera fuerte... Allí, tan grande como era yo, parecía el papá de todos los bebés. Y todas las enfermeras comentaban: ¡qué grande es este niño!; ¡qué arte tiene!, ¡ole las pichurras! y otro tipo de comentarios que no puedo reproducir por respeto a la decencia... Me rodeaban un montón de incubadoras de otros coleguitas bebés mucho más pequeñitos que yo. A mí me pusieron en una camita y, como me aburría tela, pues me dormí un montón de horas. Mi papá vino a verme unas cuantas veces. Y me decía que mamá ya estaba mejor, que ya no se desmayaba y que estaba deseando verme. Yo quería subir a verla pero no me dejaban hasta confirmar que mis niveles de azúcar fuesen los correctos... Mientras, en la habitación 416, no cesaban las visitas. Durante mis largas dormideras soñé con un montón de cosas. Sobre todo, con la gente que me fue a ver antes de que me trasladaran de planta pero ésa es otra histora...

jueves, 9 de julio de 2009

LA HABITACIÓN 416

Mis siguientes horas de vida las pasé en la habitación 416 del Hospital Puerta del Mar. No estábamos solos. En la cama de al lado estaban Inmaculada y su marido, de El Puerto de Santa María, que estaban aguardando la llegada de mi futuro amigo Adrián. A él le había costado un poco más salir que a mí y se estaba recuperando en la planta de abajo. Enseguida me pusieron junto a mi mare. A la pobre la habían cosido por todos lados porque yo nací un poco grande. Pesé 4.260 y medí 55 centímetros. Tampoco es demasiado pero es que en Cádiz a la gente le gusta mucho exagerar. Durante mis primeras horas tuve que escuchar repetidamente frases del tipo: "Te ha nacido criado"; "Mañana puede hacer la comunión"; "Le pones una corneta y te hace la mili". Me dicen que es la típica gracia gaditana. Todavía tengo que adaptarme a ella.

Durante esos primeros minutos en la habitación me pusieron junto a la teta de mi mamá pero, claro, venía sin instrucciones y yo no sabía qué hacer. Así que me quedaba mirando esperando que alguien me dijese qué tenía que hacer. Es como cuando te indican dónde está un sitio. Te dicen "todo recto" y luego hay un montón de curvas y desvíos, de los que nadie te habla. Pues lo mismo. Así que yo me quedaba mirando la teta y no hacía mucho más.
Tita Laura les hizo el favor a mis papás de traerles algunos utensilios básicos que habían dejado en casa. Los poco previsores se habían ido al hospital con lo puesto. Ella fue la primera en verme de la larga lista de invitados que desfilaron por la habitación 416 pero ésa es otra historia...

martes, 7 de julio de 2009

MIS PRIMERAS HORAS

Hola. Soy Martín Espinosa Bocanegra. El 1 de julio decidí darle una cuantas pataditas de más a mi mamá, Eva. Dentro de la barriga se estaba muy bien pero yo escuchaba de fondo que ahí fuera la gente se lo estaba pasando muy bien. Mis papás decidieron ir al hospital por la noche y allí confirmaron que yo quería salir. Es que ellos por sí mismos no se creen nada. Escapar de la barriga no fue nada fácil. Tardé muchas horas. Mi mamá empujó un montón. Una mujer de verde le gritaba: ¡¡Cómo no empujes ahora, te lo sacamos con una ventosa!!. Y ella empujó con todas sus fuerzas sin necesidad de ventosa, que me hubiese dejado la cabeza como un pepino. Así logre salir a las 4:30 de la mañana del 2 de julio, tal y como había vaticinado tito Román, alias el oráculo de la bahía. Me limpiaron y me pusieron en los brazos de un hombre muy fornido pero que estaba temblando. Por lo visto era mi papá. Luego me llevaron a una camita con una luz roja. Pero no penséis mal.

No era ningún club de mala reputación. Era una camita con luz térmica para que yo estuviese a gusto. Así viví mis primeras horas. Tengo que decir que salir de la barriga duele mucho pero, bueno, merece la pena...
Después un celador movió la cama de mi mamá y nos llevó juntos hasta la cuarta planta del Hospital Puerta del Mar. Pero todo lo que sucedió en la habitación 416 es otra historia...